viernes, 7 de mayo de 2010

DILACIÓN


EL PROBLEMA DE LA LONGITUD

María Luisa Arnaiz Sánchez


   En el siglo II Ptolomeo había proporcionado una imagen del mundo que fue juzgada como la más precisa hasta entonces. En su obra llamada Geographia no solo expuso la manera en la que proyectar una superficie esférica en un plano, de suerte que se pudieran indicar la latitud y la longitud, sino que dejó escritas unas tablas de posiciones que ubicaban todos los lugares conocidos en su época.

Mapamundi de Ptolomeo en versión de Donnus Nicolaus Germanus

   Habida cuenta de que los primeros marinos que se aventuraron por el Mediterráneo, solo realizaron una navegación de cabotaje, es decir, sin perder de vista la costa, no tuvieron más remedio que confiar en su experiencia acerca de los vientos, de las corrientes, de las montañas o islas, que conocían, para llevar a cabo una travesía con éxito. Sin embargo, cuando los portugueses empezaron a descender hacia el hemisferio sur para recorrer África, tuvieron que valerse de la latitud puesto que era el mejor método de saber dónde se hallaba un barco, si se había alejado de la costa, o ante cualquier otra contingencia.


Mapamundi de A. Cresques, detalle

   En la leyenda: "Aquest Senyor negre es appellat Mussa Melly, senyor dels negres de Guineua, aquest rey es lo pus rich et pus noble Senyor de tota esta partida per l'abondancia de l'or lo qual se recull en suua terra."

   Según los cartógrafos, a partir del siglo XIV las cartas de navegación sobre el Mediterráneo (con la misma información que los periplos de la antigüedad) se habían convertido en auténticas cartas náuticas porque las numerosas observaciones, efectuadas a lo largo del tiempo por los minuciosos marinos, habían sido plasmadas en ellas. Estos primeros mapas, denominados “portulanos” en español (< portolano, ‘guía de puerto’ en italiano), los llevaban enrollados los tripulantes y los corregían durante las exploraciones.


Portulano de Ib Ben Zara

   Los portulanos carecían de proyección, de ahí que no se dibujaran nunca dos exactamente iguales, y no mostraron las latitudes hasta el siglo XVI; por otro lado estas no eran necesarias por cuanto los navegantes no solían alejarse de las costas. El norte se situaba en la parte superior y con unas “rosas de los vientos” se indicaban tanto la dirección de los vientos como algunos rumbos.


Portulano orientado con 10 rosas de 32 rumbos

   El extraordinario “Atlas catalán”, elaborado en 1375 por el mallorquín Abraham Cresques para el rey Pedro IV de Aragón, junto con los portulanos fueron la base del trazado de mapas que utilizaron en el XVI Mercator y Ortelio, quienes se alejaron así de las conjeturas de los teólogos y de los cosmógrafos. Cuando menos, es irónico y debe servir de reflexión el que los judíos, perseguidos por la intolerancia inquisitorial y expulsados de unos y otros reinos, contribuyeran a la liberación de la geografía cristiana, haciendo de la cartografía una ciencia sin fronteras.

Mapamundi de Abraham Cresques, detalle 

   Ahora bien, no se puede olvidar que a finales del siglo XIII sobre poco más o menos, tras el regreso de Marco Polo a su patria, se había producido el cierre de las rutas comerciales con Oriente y este hecho condujo a posar la mirada de nuevo en Ptolomeo, cuya ascendencia fue absoluta en el pensamiento cristiano pues sus errores perduraron hasta el siglo XVI: la subestimación de la circunferencia terrestre por haber adoptado la medida de Posidonio, la sobrestimación de Asia hacia occidente y el sistema geocéntrico del universo, que defendió a macha martillo la iglesia católica

Ruta de Marco Polo

   No obstante, el renacimiento de Ptolomeo significó que el espíritu empírico se señoreaba de nuevo en los hombres. Su obra, que había estado perdida durante más de mil años, fue conocida porque el florentino Palla Strozzi adquirió en Constantinopla en 1400 la copia de un manuscrito sobre ella escrito en griego, luego traducido al latín por Manuel Crisoloras. La técnica y la “teoría” de Ptolomeo se aceptaron como si de un nuevo evangelio se tratara, pero hay que reconocer que su esquema de la latitud y la longitud, a diferencia de las rosas de los vientos, era constante y universal. 

 Mapamundi de Ptolomeo en el Liber Chronicarum

   Tampoco ofrece duda alguna el que, hasta la aparición de la imprenta en Occidente en 1440, las fuentes manuscritas se fueron comentando unas a otras y se volvían verosímiles a fuerza de repetición, aunque, como es natural, las explicaciones dadas no iban a convencer a unos marineros que, cada vez que se adentraban en el mar, comprobaban por propia experiencia que las rotundas afirmaciones de los textos tenidos por incontestables eran erróneas. Ni los reverenciados mapas T-O, ni la autoridad de los teólogos, preocuparon lo más mínimo a los inversores que financiaban los azarosos viajes; antes al contrario, estos tuvieron que confiar en el criterio de los navegantes.

Mapamundi de Andreas Walsperger, 1448

   Así pues, en las cartas marinas del siglo XVI aparecieron las escalas de latitud y, poco a poco, se fueron añadiendo las de diferentes puntos de la costa de África, gracias a los marinos lusos que la calculaban por la altura de la estrella polar. Aunque había un punto en su descenso por el hemisferio sur, en que tan importante estrella desaparecía del horizonte, siguieron haciendo sus cálculos por medio de un astrolabio, un cuadrante o una escuadra, mientras observaban la altura del sol a mediodía; más tarde, a causa del elevado precio de los astrolabios usaron la ballestilla, regla graduada con una pieza corrediza que podía ser alineada con el horizonte y con el sol para medir el ángulo de la elevación del astro.

Astrolabio persa

   Este avance supuso el fomento de los viajes en dirección norte y sur. Ahora bien, definir la longitud y medir las distancias este-oeste seguía siendo harto complicado. En realidad, por lo que se refiere al curso y la distancia recorridos desde una posición determinada, se hacían tantas cábalas que era una cuestión meramente especulativa,  o de fe para algunos, el retornar a un sitio ya visitado, y, en cuanto a los aparatos de medida, la brújula tenía el inconveniente de estar relacionada con la nigromancia (Roger Bacon había tenido problemas por los trucos que realizaba con la piedra imán).

Brújula

   Dejando por ahora el descubrimiento de América, es necesario decir que el desconocimiento de la longitud trajo consigo la limitación de las rutas y, así, tanto los barcos mercantes y el corso (campaña marítima que se hace al comercio enemigo siguiendo las leyes de guerra) como los buques de guerra se veían constreñidos a unos pocos derroteros. De una parte, al no existir una forma práctica de precisar la longitud, cualquier barco podía perderse y, de otra, salir de los acostumbrados rumbos comportaba el riesgo de naufragar.

Mapa de Piri Reis, 1513
 
   Dado que acuciaba hallar una solución al problema de la longitud, los países con intereses marítimos ofrecían regularmente ricos premios a quien la aportase y así se llegó al Decreto de Longitud de 1714, por el que el parlamento británico estableció uno bien munificente de 20000 libras, el cual llevaba aparejado una prueba que consistía en un viaje de Londres a las Indias, mediante el que se cotejaría la longitud, cuyo cálculo no podría sobrepasar el medio grado de error.

 Alusión a la riqueza

   En 1731 dos inventores independientes, el terrateniente inglés John Hadley y el vidriero norteamericano Thomas Godfrey, dieron a conocer un aparato que podía calcularla: el sextante. Después de la muerte de Newton, Edmond Halley descubrió que el insigne físico y matemático también había dibujado los planos de un dispositivo casi idéntico.

Sextante de John Hadley y Thomas Godfrey

   Sin embargo, la solución a la exactitud requerida a bordo tardó varios años en resolverse y se debió a un relojero inglés, John Harrison, un verdadero genio de la mecánica de precisión que dedicó toda su vida a triunfar en su sueño. Con tal propósito ideó consecutivamente cuatro relojes, cada uno de los cuales superaba a los precedentes.


   Sobresale el H1 (el primer Harrison) de 1736 con el que viajó a Lisboa y que le sirvió para contradecir los cálculos astronómicos del capitán del barco cuando regresaban a Inglaterra, ya que este afirmaba que se hallaban en Starpoint, mientras que su reloj le indicaba que estaban a sesenta millas marinas al oeste de dicho lugar. En el último instante el capitán cejó, varió el rumbo y, quizás, se salvaron de naufragar.

H 1
 
   El H4 de 1764 obtuvo un error de tan solo 39’2 segundos durante los cuarenta y siete días que duró el viaje de su hijo a Barbados, es decir, consiguió una precisión tres veces superior a lo estipulado por el valioso premio. A pesar de ello, el Consejo de la Longitud estimó como puro azar el logro y decidió adelantarle 10000 libras solo en el caso de que diera a conocer el secreto del mecanismo y dejara en custodia su invento. Harrison se negó pero, finalmente, tuvo que claudicar. A pesar de tantas trabas, contrariedades y postergaciones, con tal de alcanzar la perfección suma, prosiguió con sus experimentos y se plegó a las sucesivas demandas del Consejo.

H 4

   Tuvo que pasar medio siglo antes de ser reconocido acreedor del premio instituido, pues hasta el propio Newton era de la opinión de que debía hallarse una solución astronómica a la cuestión, del mismo modo que Nevil Maskeoyne, el astrónomo real, quería encontrarla en las posiciones de la luna. En 1773, tras apelar al rey Jorge III y con 80 años, Harrison fue reputado como el ganador y su cronómetro se fue generalizando en todos los países.

Máquina de Antiquitera

   En 1900 un barco griego de pescadores de esponjas arribó a la isla de Antiquitera, donde se hallaban los restos de una nave romana hundida en el siglo I a. C. Cuando en 1902 el director del Museo Arqueológico de Atenas, examinó un amasijo de madera y bronce, creyó ver lo que parecía un artefacto con engranajes. Hoy la máquina de Antiquitera es tenida por una calculadora astronómica. ¿Su creador?






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